El Nobel Boris Pasternak, entre la CIA y la KGB

Toda época forja sus leyendas y mitos, y con el paso del tiempo es natural visitarlos y reinterpretarlos. Cuando Borís Pasternak, después de varios intentos fallidos para publicar El doctor Zhivago, entregó el manuscrito de la “novela de su vida” a un emisario de la editorial Feltrinelli en 1956, sabía que por ese acto disidente le tocaría pagar un precio desmesurado. En el momento de despedirse de quienes habían ido a visitarlo a la colonia de escritores próxima a Moscú con el fin de llevarse al extranjero su explosivo artefacto literario, el poeta lanzó un funesto augurio: “Quedan invitados a mi ejecución”. Él y Olga Ivínskaia (mañana hablaremos de ella)—la joven editora que pasó a ser la inspiración del personaje de Lara cuando surgió el flechazo entre ambos en la redacción de una revista literaria— vivieron su historia de amor oficiosa, con el incesante “ruido de caza” de fondo de los órganos de seguridad, durante los últimos 14 años de vida del autor, caído en desgracia por esa manía antisoviética de “hurgar en su alma”.

Omar Sharif y Julie Christie, en la película 'Doctor Zhivago' (1965), de David Lean. SUNSET BOULEVARD / GETTY IMAGES

Omar Sharif y Julie Christie, en la película 'Doctor Zhivago' (1965), de David Lean. SUNSET BOULEVARD / GETTY IMAGES

La grandeza de este clásico de las letras rusas no reside sólo en el romance de sus protagonistas, sino también en las meditaciones que contiene sobre el arte, la condición mortal del ser humano y los trágicos destinos expuestos a los embates de la historia. Como escribió Dmitri Bíkov en su monumental biografía del escritor, a veces nacen obras maestras que parecen justificar toda una época: “La revolución rusa sucedió para que Yuri Zhivago pudiera conocer a Lara, para que se obrara el milagro de su amor en Varíkino”.

Pero, además, el enmarañado periplo que hubo de recorrer el manuscrito ha ido generando, aun sin quererlo, una abundancia de material que permite, a quien lo desee, aproximarse a ese caudal de información, a fin de examinar toda la complejidad de una época —la Guerra Fría— y, en concreto, la onda expansiva que esta novela generó, truncando las aspiraciones de otros autores soviéticos, pues el miedo a que estallara un nuevo caso Pasternak, polémica del Nobel incluida, fue la razón de que en su momento no vieran la luz obras como, por ejemplo, las de Vasili Grossman.

Geraldine Chaplin y Omar Sharif, en 'Doctor Zhivago'. 
GIANNI FERRARI COVER / GETTY IMAGE

Geraldine Chaplin y Omar Sharif, en 'Doctor Zhivago'.
GIANNI FERRARI COVER / GETTY IMAGE

Con la desclasificación de archivos secretos y el acceso a documentos privados, se han ido completando lagunas en relación con los entresijos de este superventas. Libros como el de Paolo Mancosu o el de Anna Pasternak han recuperado la figura de Ivínskaia, madre de dos hijos que sufrió un aborto en su primera detención en Lubianka, así como dos penas de trabajos forzados en el Gulag —la segunda, junto a su hija— y la presión constante del KGB, como se refleja en la obra de Prescott.

En junio de 2018, Los secretos que guardamos —novela basada en los acontecimientos que rodearon la puesta en circulación de la novela de Pasternak con la implicación de la Central de Inteligencia Americana (CIA), levantó expectación, pues se publicitó que su autora, la debutante Lara Prescott, había firmado un contrato de siete cifras para publicar su obra en Estados Unidos y al otro lado del charco se vendieron los derechos de traducción a decenas de lenguas. Las editoriales demandan, a riesgo de caer a veces en la banalización, relatos que visibilicen a mujeres. En esta narración, una parte de la trama se centra en un entorno históricamente feminizado, el de la oficina, con particular énfasis en un invento —la máquina de escribir— que contribuyó a la incorporación masiva femenina en el mercado laboral. El ejército de mecanógrafas de la novela es un engranaje casi invisible de la CIA —agencia dominada por hombres— en su cruzada por utilizar una novela antisoviética como un arma contra el enemigo comunista.

A partir de este buen arranque asistimos a un intento por levantar una novela polifónica —con un pie en el Este y otro en el Oeste— que enseguida suena monocorde. Entran en escena Olga Ivínskaia y un inane Pasternak con cuya mentadísima obra, que se intuía el corazón de esta novela histórica con aires de thriller, apenas se dialoga. En la trama occidental más adelante cobrará protagonismo un amor lésbico entre dos espías americanas: la glamurosa Sally, veterana en los servicios de inteligencia, que entrenará a una joven de origen eslavo, antes mecanógrafa, que todo cuanto aporta acerca del contexto de los rusos emigrados es que se llama Irina y que su madre rusa no se fía de los americanos. Esta se disfrazará de monja para repartir una tirada pirata de la novela en ruso —hecha por encargo para la Agencia en Holanda— en el pabellón del Vaticano durante la Exposición Universal de Bruselas de 1958, sólo 10 meses después de su exitoso lanzamiento en italiano. La moral imperante hace que se desvanezca el encuentro pasional entre las dos heroínas, además de tener repercusiones laborales.

En el museo de la CIA, de esas cosas extrañas que se dan en ese lugar, se puede observar junto al AK-47 con el que murió Bin Laden, la obra del escritor Boris Pasternak que la CIA Imprimió en Holanda en ruso, para en el pabellón del Vaticano durante la Exposición Universal de Bruselas de 1958 en el año que el Poeta y novelista ruso. Ganó fama mundial gracias a su libro, Doctor Zhivago.

En el museo de la CIA, de esas cosas extrañas que se dan en ese lugar, se puede observar junto al AK-47 con el que murió Bin Laden, la obra del escritor Boris Pasternak que la CIA Imprimió en Holanda en ruso, para en el pabellón del Vaticano durante la Exposición Universal de Bruselas de 1958 en el año que el Poeta y novelista ruso. Ganó fama mundial gracias a su libro, Doctor Zhivago.

Sorprende que al marcado acento sobre la cuestión femenina en los capítulos occidentales se contraponga un personaje real simplificado en exceso, Ivínskaia, que aparece como musa del poeta y víctima de su amor, cuando ella, con sus luces y muchas sombras, ejercía de experta a cargo del departamento de nuevos autores en una publicación soviética, fue traductora literaria y memorialista, y antes de conocer a Pasternak tuvo una agitada vida amorosa que contrasta con el puritanismo latente en el otro bando.

Seis décadas después de la aparición de El doctor Zhivago, echar la vista atrás no debería limitarse a un acto de nostalgia a lo Mad Men o de recuperación de un libro legendario al hilo del mito fabricado por el cine. La novela de Prescott lleva a pensar en otra “pelícu­la”, esta vez sobre nuestros tiempos, en la que también participan agentes, pero no de la CIA, sino literarios. Pese al suculento anticipo, la reciente bibliografía sobre el tema abordado —se consulta sólo la publicada en inglés— y lo subyugante de la historia, construir un buen libro sigue siendo ese secreto que Pasternak resumió así: “Las obras hablan de muy diversas formas: con los temas, las situaciones, las tramas y los personajes. Pero sobre todo hablan con la presencia de arte contenida en ellas”.

A continuación, te mostramos su faceta lírica. Aquí puedes leer 5 poemas de Boris Pasternak.

A un amigo

¿Acaso yo no sé qué hundida en las tinieblas,
jamás a la luz llegaría, la ignorancia,
y que soy un monstruo, y que la dicha de cien mil
no me toca más que la falsa felicidad de cien?

¿Y acaso yo no me ligo al quinquenio,
no me caigo y levanto con él?
Pero, ¿qué voy a hacer con mi caja torácica,
y con lo que es más rutinario que toda rutina?

No está bien que en los días del gran consejo,
en el que las plazas se han dado a la pasión suprema,
se deje la vacante del poeta:
ésta es peligrosa, si no está vacía.

Distracciones con la amada

Por cimbreante ramita aromada,
absorbiendo en tinieblas su néctar,
de un cáliz a otro corría
la humedad de alocada tormenta.

Deslizándose de uno a otro cáliz,
dejó en ellos, muy nítida,
una gota, enorme, cual ágata,
reluciente, colgante y tímida.

Nada importa que el viento,
que azota el arbusto,
esa gota torture y aplaste.
Queda entera, no rompe,
y quedan dos más
que se besan y beben.

Y se ríen, e intentan soltarse,
mas se yerguen, y quedan como antes.
No caerán esas gotas del cáliz,
no podrán separarse por nada.

Epílogo

Amiga mía, ¿tú preguntas
quién ordena que arda el
habla del inválido?

Vamos a soltar las palabras
como un jardín, cuál ámbar y monda:
con distracción y generosamente,
apenas, apenas, apenas.

No hay que mencionar
porqué con tanta ceremonia
la rubia y el limón
han salpicado las hojas.

Ni a quién lloró en las púas
y por las varas se metió
en las notas, hacia el estante
a través de las persianas.

Ni a quien manchó con serbas
la alfombra, tras la puerta,
y al lado, palpitantes,
las letras en cursiva.

¿Preguntas quién ordena
que agosto sea largo,
para quién nada es pequeño,
y quién da el acabado
a las hojas del arce
y desde los días del Eclesiastés
no ha abandonado su puesto
labrando el alabastro?

¿Preguntas quién ordena
que los labios de los ásteres y lirios
de septiembre sufran?
¿Que la hojita del sauce,
de las cariátides canosas
haya volado
a la humedad de las losas
de otoñales hospitales?

¿Preguntas quién lo ordena?:
El Dios Omnipotente del amor,
el de los Yagáilov y las Yadvigas.

No sé si habrá sido resuelto
el enigma de la nada de ultratumba,
pero la vida es minuciosa
como el silencio otoñal.

Festines

Bebo la amargura de los nardos,
la amargura de cielos otoñales,
y en ellos el chorro ardiente de tus traiciones.
Bebo la amargura de las tardes, las noches,
y las multitudes,
la estrofa llorosa de inmensa amargura.

La sensatez de engendros de talleres no sufrimos.
Hostiles somos hoy al pan seguro.
Inquieta el viento aquel de los coperos brindis,
que, muy posiblemente, jamás se cumplirán.

Heredamiento y muerte son comensales nuestros.
Y en la serena aurora, los picos de los árboles llamean.
En la galletera, cual ratón, rebusca un anapesto,
y Cenicienta cambia con premura de vestido.

Suelos barridos, en el mantel… ni una migaja.
El verso es sereno cual beso infantil.
Y corre Cenicienta, en su coche si hay suerte,
y cuando no hay ni blanca, con sus piernas también.

Fin

¿Fue todo realidad? ¿Es hora de paseos?
Es mejor dormir eternamente, dormir, dormir,
y no ver sueño alguno.

Otra vez la calle. Otra vez la cortina de tul.
Otra vez, cada noche, la estepa, el almiar, los lamentos,
ahora, y en adelante.

Las hojas en septiembre, con asma en cada átomo,
ven en sueños silencios y sombras.

De pronto despierta el verdel
la carrera de un perro.

Espera que se tiendan. De pronto aparece un gigante,
y otro. Unos pasos. «Aquí hay un tornillo».
Un silbido y una voz: «¡Espera!»

¡Si él, literalmente, hundía, desmoronaba el camino
con nuestro paso! El hasta el suelo
torturaba contigo.

Otoño. Baja un abalorio de amarillo azulado.
¡Ay, como tú, podredumbre, he de morir!
¡Qué cansado de vivir estoy!

¡Oh! A destiempo la noche nos inciensa con las maniobras
de las locomotoras; cuando llueve cada hoja se quiere
marchar a la estepa, como aquéllas.

¡Las ventanas me hacen escenas! ¡Pero es en vano!
La puerta salta de los goznes cuando el hielo
le besa los codos.

Preséntame a alguno de los ahítos,
como ellos, por la cosecha de los campos del sur,
solares y herrumbre.

¡Pero con la dentera, el pasmo, los terrones
en la garganta, con la tristeza de tantas palabras
te cansas de tener amistad!

Comentarios recientes

25.11 | 00:55

Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura

16.11 | 05:32

Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.

28.10 | 14:04

Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.

Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.

23.10 | 15:49

Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.

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