Isabel Rodríguez

Los datos de esta conquistadora son escasos, pues no se sabe dónde exactamente en la Península Ibérica nace. Lo que sí se sabe es que parte a La Española junto con su marido, llamado Miguel Rodríguez de Guadalupe. Un tiempo después pasan a Cuba, donde se asientan hasta que se incorporan a la tropa de Pánfilo de Narváez que debía apresar a Cortés.


Se pasa junto con el resto de los españoles a las filas del extremeño, destacando por su pericia en el tratamiento de las heridas de guerra que, tanto españoles como aliados tlaxcaltecas, cholultecas y de las demás poblaciones indígenas que se rebelan contra Moctezuma, sufrían en los combates. Este conocimiento médico no se sabe dónde lo obtiene, pero además parecía tener un talento innato y natural para la curación de enfermedades y heridas.

 

Cortés crea una unidad militar de enfermería


El aprecio que le van tomando tanto españoles como indígenas le hace ganar la atención de Cortés, al que propone, tras luchar valientemente en primera línea en la Batalla de Otumba, crear una especie de unidad militar de enfermeras, que asistiría a los combatientes en campaña.


Tras recibir la aprobación, se dedica a entrenar y coordinar a las diferentes voluntarias que se presentan de las mujeres que participan en las operaciones, sin distinguir entre españolas e indígenas. Entre ellas destacaremos algunas de las que aparecen en saga, como son Beatriz de Palacios, o Beatriz González.

 

Conviene no olvidar que estas mujeres, aunque en determinados momentos tuvieran sólo el rol de ser las enfermeras de los combatientes, muy frecuentemente se las podía encontrar con las manos ocupadas con utensilios poco propios de las labores médicas, como son la espada y la rodela.


Tocadas con su celada y vestidas con sus corazas, no dudaban en entrar en combate y luchar valientemente hombro con hombro con sus maridos y el resto de compañeros de aventura.


Volviendo a nuestra Isabel, la fama que obtiene por su habilidad en la curación de heridas llegó a tal extremo que llegaron a pensar que era capaz de obrar milagros, pues según el cronista de la época:


 “…les ataba las heridas y se las santiguaba, diciendo: “En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, un solo Dios verdadero, Él te cure y te sane”. Lo cual no hacía más de dos veces, y muchas no más de una; y acontecía que los que tenían pasados los muslos iban otro día a pelear”.

 

Juan de Torquemada


Durante el asedio de Tenochtitlan no mengua su esfuerzo en lo relacionado con la asistencia sanitaria a los heridos del bando de Hernán Cortés, y fue tal su labor que la Corona le concede, una vez finalizado el asedio y tras estudiar los testimonios de sus pacientes, el título de médico honorario.


Esto conllevaba también intrínseco el derecho a practicar la medicina en las tierras recién incorporadas a la Corona Española. Esto es especialmente relevante pues en el siglo XVI esa profesión era exclusiva de los hombres, por lo que se puede decir que Isabel Rodríguez fue la primera mujer médico del Continente Americano, y la primera mujer médico registrada oficialmente como tal.


Tras el fallecimiento de su primer marido, vuelve a casarse. Y con su segundo marido se establece hasta su muerte en la ciudad de Tacubaya, donde se le habían concedido tierras. Hasta el fin de sus días continuó con su labor de médico en esa población, asistiendo tanto a españoles como a indígenas, ganándose el respeto y admiración de todos.